miércoles, 13 de abril de 2016

CUATRO DÉCADAS DE RUINAS AL SOL, POR MONSERRATE HERNANDEZ.
El hotel Los Arenales del Sol se inauguró en 1963 en medio de la nada. No había más casas. Tomás Dura Bañuls (Santa Pola, 1921) y Maruja Sabater Carbonell(Alicante, 1923), su mujer, iniciaron una aventura increíble. Ellos pusieron la primera piedra en la zona que ahora reúne, en la época central del año, a cerca de 20.000 veraneantes. "Don Tomás y Doña Rosita", como aún les llaman con respeto los habitantes de la zona, compraron la primera línea de terreno por 1.800.000 pesetas, desde el linde con Urbanova, perteneciente al término municipal de Alicante, y el otro costado del Carabassí, que era propiedad de José Coquillat, otro adelantado a su tiempo. El señor Durá y su esposa se elevaron a la duna más alta de Los Arenales para disfrutar de las vistas. Desde allí, Don Tomás señaló un punto a Doña Maruja: "Ahí construiremos un hotel". "Su mujer le dijo que estaba loco, que cómo iba a construir ahí en medio de un desierto de arena", recuerda Manuel Redondo, vecino del lugar.
Doña Maruja aún vive en un ático de primera línea de Los Arenales que es propiedad de la familia. Cuenta 92 años y presume de una lucidez impropia de su edad. El hotel se cerró en 1979 debido a la falta de financiación, con un préstamo de 20 millones de pesetas que no llegó para afrontar una reforma necesaria. Don Tomás y Doña Maruja siguieron viviendo en la planta más alta, cada uno en una casa independiente. La dueña miraba por su ventana al mar, con Tabarca en la diagonal a la derecha; y él hacia el interior, donde años después otros 'locos' del ladrillo se afanaron para hacer caja. La actividad del recinto, tras bajar la persiana, se limitó a eventos privados o la celebración de la fiesta de Santo Tomás Apóstol, cada 21 de diciembre. Sebas González, el único niño nacido hasta ese momento en Los Arenales, fue bautizado allí en 1981. Justo delante, sus padres regentan ahora una cervecería. Paradojas de la vida, la última vez que el hotel abrió las puertas al público fue con motivo del velatorio de Tomás Durá, en 1989, que se hizo en el comedor principal. Su mujer cerró el candado tras el fallecimiento de su marido, empujada también por los saqueos de vándalos que se colaban por la planta baja.
Con miedo y pena se abandonó el hotel Los Arenales, un edificio vanguardistacalificado en su tiempo como el mejor hotel de costa en Europa, que aún estaría a la altura de los grandes complejos de España. La planta principal, a la que se accedía por la avenida del paseo marítimo, recibía a los huéspedes con su suelo de piedra y mármol, y sus paredes de gresite y cristal, desde donde se oteaba el mar a menos de 30 metros. Por encima se elevaban cuatro plantas que repartían 146 habitaciones. En la zona más alta estaban las dos casas del matrimonio de propietarios, junto a la lavandería y la chimenea que recuerda a la publicidad de una conocida marca de bebida. Dos ascensores daban servicio a los usuarios, ofreciendo una idea de la talla del recinto.
El lujo, sin embargo, estaba en el sótano, que será rehabilitado para el futuro aparcamiento de 38 plazas. Allí, cerca de las mismas palmeras que aún se mantienen en pie, había una piscina en forma de ele y vaso de cristal que permitía ver, desde dentro, a los bañistas al tiempo que se jugaba al minigolf, a los bolos, al billar o bailaban al ritmo de la discoteca. De ello dieron fe el Príncipe Juan Carlos, Don Juan de Borbón, el Rey Leka I de Albania, Pío Cabanillas, José María Pemán, Gregorio Marañón, Albano, Rita Pavone, Julio Iglesias, Don Murray o el Real Madrid de las cinco copas de Europa.
La Ley de Costas obliga ahora a que todas las construcciones se levanten por detrás del paseo marítimo que separa la arena del primer frente de hormigón. En Los Arenales, el batallón de cemento traspasó, hace mucho, esa barrera. En Santa Pola, por ejemplo, las casas del antiguo puerto fueron derrocadas sin piedad, a cambio de un puñado de pesetas que no equivalen al valor, ni económico ni emocional, de esas residencias. Los Arenales ha mantenido en pie sus edificios. Entre ellos, ese hotel que convertido en "un nido de ratas y gatos", como lamentan resignados los vecinos, y un elemento perenne del paisaje. La empresa responsable de las obras prefiere no hacer declaraciones. El edificio, oficialmente, se va a reformar; extraoficialmente, pocos pilares van a quedar en pie: es necesaria (y más barata) una reconstrucción que costará entre ocho y diez millones de euros.
Mientras tanto, los lugañeros celebran la puesta en marcha de las obras. Alejandro García es el nuevo pedáneo de Los Arenales, un improvisado político que ahora ejerce de amable embajador en la pedanía. Los vecinos le han dado la oportunidad de ser protagonista de un sueño que persiguen desde hace casi cuatro décadas. "Me siento un privilegiado; aún no me lo creo", reconoce con una sonrisa fácil que demuestra que el primer regalo en estas Navidades le llegó por adelantado. Tiene 36 años y lleva cuatro residiendo en la zona. Cualquier recuerdo de este hotel fantasma tendrá mucho valor en el rincón de la nostalgia. El pedáneo se guarda una bolsa de gresite que le han dado los obreros. "Son trozos de historia, como hicieron los alemanes con el Muro de Berlín", afirma.
El hotel nació con categoría de cuatro estrellas y servicios de cinco. Y así seguirá, cuando reabra dentro de 18 meses, con 101 habitaciones. "Su actividad generará 40 puestos de trabajo directo y más de 200 de manera indirecta", presume el nuevo pedáneo, Alejandro García, que afirma sentirse "un privilegiado por liderar a los vecinos en este momento "histórico" para su localidad. Los Arenales del Sol espera que sirva de imán para otros empresarios dispuestos a impulsar la actividad en la pedanía, donde el turismo, según lamenta Mercedes Oliva, hostelera de la zona, es "de muy baja calidad". "Aquí vienen domingueros, que ponen su toalla durante un mes y se van", añade resignada a la espera del maná que aporta el turismo extranjero. En verano de 2017, el libro de visitas del hotel volverá a escribir nuevas páginas en su historia. La espera seguirá mereciendo la pena.


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